El deseo de la nueva clientela burguesa de ver representado el mundo en que ellos vivían en las obras que encargaban, obligó a los artistas a responder a esta demanda, creando un lenguaje artístico capaz de representar la realidad con tanta fidelidad como si sus cuadros fueran auténticos espejos. Pero este lenguaje fue distinto al de los artistas italianos del Renacimiento italiano de la misma época, ya que éstos intentaron representar la realidad de una manera científica, gracias a un sistema de perspectiva de base geométrica, y no de una manera empírica.
Cuando observamos las obras de Jan Van Eyck, descubrimos que sus figuras tienen volumen, gracias al juego de luces y sombras utilizado por él; y que, con una paciencia infinita, ha pintado cada detalle de la naturaleza con una minuciosidad mayor que la que tenían las miniaturas de la época. Tanta meticulosidad fue posible porque Van Eyck había perfeccionado la técnica del óleo (que utiliza el aceite como aglutinante de los pigmentos) hasta conseguir un tipo de pintura capaz de sustituir a la pintura del temple (con aglutinante a base de huevo), que era lo que hasta ese momento se utilizaba de manera casi exclusiva. El óleo, tal y como él lo usó, presentaba tres ventajas: no secaba tan rápido y permitía trabajar con más lentitud, el color se podía aplicar sobre otras capas de color y permitía lograr efectos sorprendentes dejando transparentar las capas de color que había debajo (veladuras). Los efectos que permitía asombraron a sus contemporáneos, que adoptaron esta técnica con rapidez.
El óleo influye en la mayor vivacidad y enriquecimiento de la gama cromática, pues los colores adquieren mayor brillantez; mediante la superposición de dos o más colores (veladura) se obtiene por transparencia una mayor variabilidad de los tonos y la consecución de colores compuestos. Esta técnica permite tratar los temas con extraordinaria minuciosidad, atendiendo al detalle hasta extremos inverosímiles.
En las obras flamencas se evidencia el interés por todo, pues con la misma precisión y cuidado se pinta un rasgo humano que el correspondiente a un animal, planta u objeto. El paisaje adquiere una gran importancia en esta época.
De esta manera, el pintor flamenco refleja fielmente el ambiente que le rodea, pero dota a este realismo de un cierto carácter simbólico, a lo que contribuye la significación alegórica de los colores utilizados y de los diversos objetos secundarios representados.
Los fondos dorados y neutros del gótico desaparecen, sustituidos por paisajes naturalistas, con cada elemento reflejado con fidelidad y detalladamente.
La luz ya no es caprichosa. Cada objeto tiene ahora su propia y definida sombra; cada habitación su encuadre lumínico; cada paisaje, su tonalidad segura; cada elemento, su calidad exacta.
Son obras de pequeño formato, utilizando la tabla como soporte, ya que eran concebidas para ser colocadas en el interior de las residencias burguesas y aristocráticas. Estos interiores domésticos facilitan que la obra refleje una piedad intimista y burguesa. Con frecuencia estas tablas constan de 3 hojas o tablas (Tríptico), las dos laterales con bisagras que se cierran sobre la central. La cara exterior se pinta con tonos grises (grisallas) que imitan los efectos escultóricos.
En síntesis, se trata de un estilo detallista y minucioso; naturalista y apegado a la realidad, aunque sin renunciar a la expresión simbólica y religiosa. El paisaje se convierte en un elemento clave de la composición, así como los objetos de la vida cotidiana. No obstante, a pesar de que el manejo de la luz y del color anticipan los valores de la pintura renacentista, el estatismo de sus formas, la escasa relación entre las figuras, casi siempre frontales, el detallismo y el predominio de las partes sobre el conjunto, lo sitúan en la última etapa de la pintura gótica.